Me lo dijo muchas veces Abilio sin apenas levantar la cabeza, y sus palabras llevaban el ritmo contundente de los azadonazos que con precisión de cirujano iban abriendo la esponjosa tierra del extremo de la huerta donde había plantado las patatas.
─ “No entenderé nunca a los de la ciudad”, repetía tan machacón como su trabajo, inaudito para un hombre con más de 70 años.
─ ¿Qué no entiendes, Abilio?
─ “Lo de los chalés esos que han construido en el pueblo, todos bien apretados, como las casas de Burgos, y con esa minihuerta que no usan para nada”.
─ “Sí que la usan, son jardines”.
─ “¿Jardines? Sólo tienen plantada hierba, y sin vacas ¿para qué quieren todo ese pasto?”
Y yo, que vivía en un adosado de esos, llegué a casa, quité el césped y planté tomates, puerros, alubias, calabacines y hasta frambuesas, las más sabrosas que nunca he probado. Abilio lo vio tan normal, pues siempre detrás de la casa tuvo una huerta, pero mis vecinos me tomaron por tonto. Y el de al lado refunfuñaba con indisimulado odio cada vez que una hoja de MI parra caía en SU jardín y la recogía como quien recoge la caca del perro del vecino.
Por suerte las cosas están cambiando en nuestro país. Un poco por concienciación y otro poco por la crisis, las huertas urbanas están floreciendo no sólo en los chalés, balcones y azoteas, sino en las calles de las ciudades españolas. Esta nueva “revolución verde” está renovando solares abandonados, jardines paupérrimos, cambiando basuras y escombros por variados cultivos, rápidamente animados por una cohorte de cantarines mirlos. La agricultura urbana ha llegado. Y con ella la posibilidad de recuperar el contacto perdido con la naturaleza, hacer más sanas las ciudades, socializar con sus habitantes y ofrecernos el placer único de degustar sabores olvidados generados por nuestro propio esfuerzo personal.
En Barcelona, Burgos, Vitoria, Santander o Alicante miles de personas dedican su tiempo libre a cuidar una tierra prestada que tratan como propia. Sólo en Madrid hay más de 20 huertas urbanas en terrenos cedidos por el Ayuntamiento a los vecinos. E incuso en algunas medianas de la autopista cercana al aeropuerto de Barajas algunos taxistas han creado sus pequeños espacios particulares de cultivo.
No nos quitarán el hambre, ni reducirán nuestra factura en el supermercado, es verdad, pero estas huertas nos hacen más felices. Y más sabios.
Extraído de la web: http://ruralnaturaleza.blogspot.com/2010/10/ponga-una-huerta-en-su-vida-cesar.html
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